viernes, 15 de mayo de 2009

La fuerza del instinto

La mente es una embarcación encauzada en la corriente del instinto. Navegar contra corriente es posible con gran esfuerzo durante un tiempo limitado. Pero la fuerza del instinto es constante y golpea sin cesar, fatigando cualquier voluntad de resistir, arrastrando por fin al pensamiento en la dirección de sus aguas. El instinto forma parte del ser y dirige sus pasos tratando de guiarlo hacia la permanencia –aunque a veces lo guíe hacia la destrucción–. La mente siente hambre y puede llegar a marearse si no satisface su deseo, sufre terriblemente si no aplaca su sed, se atora y confunde si no se entrega al sueño, y se siente irresistiblemente atraída ante la presencia de otros cuerpos. Es consciente de que el descuido de sus instintos puede acarrear su destrucción, y aunque nunca se haya consumado ese temor, el hecho de sentir fatiga y mareo enciende en ella las luces de alarma de la no existencia. Una simulación de un mundo artificial no sería capaz de activar la maquinaria del instinto, a no ser que la simulación guardara una correspondencia muy cercana con la verdadera realidad. El hecho de que exista el instinto supone una pista sobre la realidad percibida por el ser, una realidad que es capaz de afectar a lo más profundo de su esencia. Si esa realidad tiene existencia independiente es casi seguro que la mente haya surgido inmersa en ella, sometida a sus reglas y adaptada para perdurar en su entorno, valiéndose para ese propósito de sus instintos, sus sensaciones y los recuerdos de sus experiencias. Si nada existe fuera de la mente, la fuerza del instinto parece el más absurdo de los sinsentidos.

El sueño de la existencia - Realidad exterior

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