jueves, 11 de diciembre de 2008

Penumbra

Tenía hambre, pero muy pronto se encendería la luz. Y entonces, sólo entonces, podría saciar su apetito. Decidió dar un paseo por el espacio. Saludó a aquellos que encontró a su paso. Todos estaban en una situación de espera. Algunos dispersos, otros reunidos en pequeños grupos, unos pocos todavía durmiendo. No había mucho que hacer. El mundo, sin duda, era aburrido. Todo era constante, sin apenas variaciones. La vida se desarrollaba envuelta en una permanente penumbra. No habría conocido el significado de variación, y no habría conocido el significado de la misma penumbra si no hubiera sido por la luz.

Le causó una sensación de malestar ver a todos aquellos semejantes en una continua monotonía. Lo peor era que la mayoría de ellos no se daba cuenta, ya que no conocían otra cosa. No había nada que hacer. Todo venía dado. Solamente cubrían sus necesidades. Más allá de aquello, nada era necesario. Descansaban, dormían, se relacionaban, procreaban, se nutrían. Siempre en el mismo espacio. Pero él sospechaba, tenía una intuición. Echaba algo en falta. Algo más allá de la pura constancia y monotonía. Pero ¿qué podría ser? No existía otra cosa. Nada existía más allá de las barreras del mundo, pues el mundo, por definición, terminaba en ellas. Y todo era constancia, todo era penumbra, propiedades que siempre habían existido y que siempre existirían, eternas e inmutables.

Estaba sumido en sus reflexiones cuando, de repente, llegó el intenso resplandor. Una luz, blanca. La intensa luz que todo lo llenaba con su claridad. Quedó completamente cegado. Escuchó cómo muchos alababan a la divinidad con cánticos y reverencias. Algunos quedaban sumidos en un profundo trance, sin poder controlar sus sentidos. Eran momentos en los que el gran orden que normalmente imperaba desaparecía por completo. Fue un instante nada más. Muy pronto, volvió a reinar la normalidad y la penumbra invadió toda la sala. Se necesitaba un breve momento de recuperación para que sus pequeños ojos volvieran a ver. Poco a poco, fue recobrando sus sentidos. Empezaron a cobrar forma los objetos, oscuros como sombras, que se extendían delante de él y delante de todos ellos, en el suelo, esparcidos por el espacio. Allí estaba el alimento. Tan pronto como pudieron distinguirlo, acudieron en su busca y empezaron a comer.

Cuando hubieron quedado satisfechos, todos se entregaron a la rutinaria inacción. La mayoría, en esos momentos, optaba por un breve sueño. El espacio ofrecía entonces un paisaje de seres tumbados y esparcidos por la superficie, sólo roto por unos pocos de ellos que paseaban o que conversaban en pequeños grupos en voz baja, intentando no hacer demasiado ruido.

Se dispuso a caminar entre las sombras y pensó en la luz. Aquella intensa luz que se encendía brevemente, cada cierto tiempo, en intervalos periódicos. Era lo absoluto, la divinidad. Desde que se tenía memoria siempre se había encendido, y siempre de manera periódica, uniforme. Cada nueva aparición de la luz era esperada y también era prevista. Aquella era la única variación en aquel mundo eternamente constante.

El Universo era sencillo. Era una pura constancia. Y la luz. De estos hechos, evidentes por sí mismos, incuestionables, ningún ser razonable tenía duda. Conocían el Universo y conocían su comportamiento. Siempre había sido así, tal y como decían las leyes. Había habido seres que, en sus reflexiones, habían argumentado que la simple repetición de los hechos, sin importar cuántas veces hubieran ocurrido, no implicaba su repetición en el futuro. Eran ideas extravagantes que, aunque imposibles de refutar, no eran tenidas en cuenta en la vida cotidiana. Eran irremediablemente tachadas de absurdas por la mayoría. Nada había más evidente que la uniformidad del Universo. Era la idea más simple, la más fiel a la realidad, la más elegante. Implicaba sencillez y perfección.

A pesar de la aparente sencillez, había algo que no terminaba de convencerle. Sin duda, las posibilidades eran mayores. Quizá hubiera algo más allá de los límites. Quizá la luz tuviera su origen allí, en otro mundo. En cualquier caso, no había forma de saberlo. Todas las ideas sobre algo que trascendiera las duras superficies de los límites eran fantasías imposibles de comprobar. Se sintió cansado. Decidió tumbarse para reposar. Poco a poco, se fue quedando dormido. La realidad le abandonaba. Quedó allí, tendido en el suelo sobre el gran espacio. Sus ojos se cerraron y la penumbra se convirtió en oscuridad. El sueño, lentamente, acudió a su mente. Y lo que había sido oscuridad se convirtió en una intensa luz. Aquella luz blanca que todo lo llenaba de claridad.


*

El sol brillaba con toda su intensidad sobre la gran urbe. Era un día completamente despejado, sin ninguna nube que empañara el azul claro que se extendía a lo largo y ancho de la inmensa bóveda celeste. El resplandor era cegador, y el agobiante calor se apoderaba de todos los rincones de la ciudad. En momentos como aquél, la gente se refugiaba en el interior de sus hogares y disfrutaba, al menos, de la aliviante sombra que éstos ofrecían.

En una oficina de las afueras, el director del Proyecto Penumbra se tomaba con prisa un café. Había comido pronto y mal. Se encontraba nervioso, pero esperaba que aquello no le jugara una mala pasada. Era un día clave, de importancia crucial para el proyecto. Un proyecto que había durado generaciones y que ahora estaba muy cerca de su final. Por una parte, eso le aliviaba. Tenía ganas de terminar con aquello de una vez por todas. Desde que estaba en el cargo había sido sometido a una constante e intensa presión, hasta el punto de ser casi insoportable. Apuró el último sorbo de su taza y se digirió hacia la enorme nave.

El experimento había arrastrado siempre una gran polémica. Aquél era el motivo por el que había habido tantos directores y aquél, también, era el motivo por el que el final del proyecto iba a ser adelantado. Había sido tachado de terriblemente cruel por la opinión pública. Sin embargo, el valor científico y filosófico del mismo era incuestionable.

Se detuvo a unos metros de la colosal construcción, para no perderse ningún detalle de lo que iba a suceder. La llamaban Penumbra. Era una nave inmensa, circular. Estaba diseñada de tal manera que desde todos los puntos se veía su interior, pero nada del exterior podía verse desde dentro. La visión era siempre escalofriante, incluso para los más veteranos en el proyecto. Dentro existía un mundo, un Universo entero completamente diferente, habitado por unas criaturas semihumanas que habían desarrollado una cosmología, una cultura y una ciencia propias, a la medida de su mundo. Para ellos, todo lo que existía era una enorme sala en permanente penumbra, con un clima templado que nunca variaba. Nunca había más o menos luz. No había días ni noches. Tampoco había estaciones. Aquellos seres nada podían sospechar. No podían imaginar nada más allá de aquellas paredes, pues nunca habían conocido algo diferente. Aquel mundo artificial de eternas tinieblas era para ellos el único conocido y el único que tenían posibilidad de conocer. Un mundo que se había convertido en todo su Universo. Un mundo que era su única realidad.

Llegó la hora.

*

Despertó bruscamente de su sueño, agitado por un semejante que reclamaba su atención. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero debía de haber sido bastante, ya que todos a su alrededor estaban esperando la luz. Le contaron lo que estaba sucediendo. Le costó salir del sueño y volver a la realidad de aquella manera tan repentina, pero poco a poco fue asimilando lo que le decían. La noticia estaba en boca de todos, y el revuelo que en esos momentos reinaba fue aumentando de manera gradual conforme el tiempo pasaba.

La luz tenía que haber aparecido y, sin embargo, no lo hizo. No podía creerlo. Aquello no podía estar sucediendo. Era algo completamente inexplicable. Había fallado la Ley Universal. Mientras tanto, el tiempo pasaba lentamente. Para la mayoría, fue un intervalo eterno de completa incertidumbre. De repente, la luz se encendió. La claridad invadió la sala, proporcionando para todos el mayor de los alivios. Pero, cuando tornó la penumbra y se disponían a buscar el alimento, la luz volvió a encenderse, varias veces, de manera rápida y aleatoria. Se sucedieron las más alocadas combinaciones de luz y de sombra. Cambió la intensidad, aparecieron diversos colores, cambió la frecuencia... y después, tornó la penumbra.

El desconcierto y el pánico invadieron el espacio. Muchos enloquecieron. Los más serenos reflexionaron. Habían confiado en la uniformidad del mundo, pero el mundo les había avisado. No había ninguna certeza para que fuerza uniforme y, de hecho, no lo era.

Volvió la constancia y la regularidad de la luz. Había normalidad aparente, pero ya nada era como antes. Nadie podía olvidar lo que había sucedido. Ya nadie podía confiar en su ciencia, en sus leyes. Nadie sabía, en el futuro, qué podría pasar.

No estaban tranquilos. No conciliaban el sueño tan fácilmente después de comer. Fueron muchos los que empezaron a vagar por el espacio sumidos en sus pensamientos. Sólo había una cosa cierta: la abrumadora incertidumbre que todo lo gobernaba.

*

Un día la estancia se abrió. Fuera de ella había otro mundo infinitamente más grande y otros seres. Pero no podían verlos. El sol iluminó la sala. La claridad se hizo constante, más cálida y más intensa que nunca. No estaban preparados. Aunque estaban rodeados de luz, ya nunca pudieron ver. Quedaron cegados por el resplandor... eternamente.

Hormigas y dioses - Penumbra

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