viernes, 26 de junio de 2009

El plan maestro

Vuelven las golondrinas a trazar caprichosos dibujos en el cielo claro de la tarde. Un carguero se dirige lento hacia el puerto, fluye entre los azules. Ya se ven los brillos suaves de la noche y las primeras luces de la costa que aparecen tenues a lo lejos. Vuelve a refrescar un poco tras la anterior noche de verano. El frío se agradece, es nostálgico y alimenta el pensamiento. Las calles hablan de misterio: en estos laberintos empedrados se mueve la gente de forma tan azarosa como las golondrinas sobre el mar. No vale mi opinión. Aunque observe desde lo alto estaré siempre dentro del laberinto. Por eso todo es confuso, no puedo contemplar como Dios lo haría: fuera del espacio, fuera del tiempo, por encima de estas innumerables avenidas de incertidumbre salpicadas de almas que no saben a dónde van, alumbradas por los fulgores artificiales de la noche. La fugacidad individual no es incompatible con un plan maestro. No es cierto que un hecho olvidado sea como si no hubiese existido. Al contrario, todo lo que se hace deja una huella en el curso de los acontecimientos. Tal vez todo quede grabado en alguna parte. El paso por la vida afecta al comportamiento futuro del mundo. Esta es una forma de inmortalidad, incluso si se olvida todo. La vida puede ser una pieza que encaja con maravillosa precisión en un mundo que tiene un propósito, pero no puede conocerse. Y como no se puede conocer, todas las posibilidades están abiertas.

El sueño de la existencia - Realidad exterior

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