jueves, 11 de diciembre de 2008

El juego de Dios

Una vez más, se dispuso a poner en marcha el programa que, en los últimos meses, se había convertido en su máxima obsesión. Había llegado hasta el punto de no poder conciliar el sueño con tranquilidad. Y eso que, en principio, para él no había sido más que un mero o puro entretenimiento, del que no dependía ni su trabajo ni su sustento. Se podría decir que era un simple pasatiempo, pero eso habría sido quitarle demasiada importancia. Estaba seguro de que aquello que pretendía recrear en la simulación supondría una nueva revolución en la Historia del Pensamiento. Pero tendría que lograrlo, aunque no fuera una tarea en absoluto sencilla. Estaba convencido de que era posible, pero temía que le faltara tiempo. En sus peores sueños podía imaginar cómo su finitud se le echaba encima sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Aquella sensación le agobiaba enormemente, hasta el punto de producirle una constante sensación de angustia. No podía luchar contra su propia naturaleza. Su condición de mortal era inevitable, una condición que, para el experimento que quería llevar a cabo, se había convertido en su máxima debilidad.

Mientras el potente ordenador realizaba millones de cálculos sin cesar, decidió salir para tomar el aire e intentar despejarse. Acudió a la nevera y se hizo con una lata de cerveza fría antes de abandonar su casa. Una bebida fresca le ayudaría a soportar el intenso calor que reinaba en el ambiente. El cielo estaba despejado y la noche sin luna mostraba el firmamento en todo su esplendor. En el campo, lejos de las luces de la civilización, se distinguían con claridad las constelaciones formadas por miríadas de diminutos puntos blancos sobre la negra bóveda celeste.

Se sentó cómodamente para contemplar el grandioso espectáculo. Todo se comportaba según las reglas. Observado en su conjunto, el Universo suponía un colosal escenario de energía y movimiento. Las galaxias se agrupaban en enormes cúmulos, todas en atracción permanente, todas en continuo movimiento respecto a las demás, en un perpetuo equilibrio. Algunas de ellas en creación, otras consumiéndose por sus núcleos voraces: enormes agujeros negros, eternos sumideros de todo lo que existía.

Dentro de las galaxias, una infinidad de cuerpos más pequeños mantenían el mismo equilibrio: eran las estrellas, esferas incandescentes, fábricas de átomos y fuentes de energía. En torno a algunas de ellas, giraban los planetas, pequeños e interesantes cuerpos, morada de la estabilidad y de las estructuras más complejas de todo lo creado: la vida.

Las estructuras de la vida habían surgido después de esperar eones, mucho después de una segunda generación de estrellas. Sus componentes básicos requerían un largo proceso de formación. Sin ellos, sin la estabilidad necesaria que dentro de la inmensidad proporcionaban sus pequeños mundos, la complejidad de la vida no habría tenido lugar porque la vida dependía siempre fuertemente de su entorno. Aquellas estructuras eran una delicada rareza dentro de la gran obra de la Creación.

"Es admirable", pensó, "pero, a pesar de su complejidad, estoy convencido de que las reglas fundamentales se pueden reproducir". Se incorporó lentamente y regresó al interior de su casa para comprobar los últimos resultados de su experimento. El ordenador había terminado la simulación. El tiempo total había sido de diez minutos, mucho menor que el máximo que había conseguido lograr. El resultado no podía ser más frustrante para él. El programa se había colapsado sin generar las complejas estructuras que esperaba. ¡Qué lejos estaba de lograr un sistema que evolucionase eternamente! A pesar de que variaba los parámetros y las reglas de comportamiento intentando conseguir la simulación más rica posible, los cambios introducidos no siempre mejoraban el sistema. Se preguntaba cuántas veces más tendría que probar. Cuántas veces tendría que variar los parámetros para conseguir mejorar el resultado y que el programa crease estructuras cada vez más complejas. Quizá fuese una tarea demasiado grande para él. Quizá le llevase toda su vida, o incluso más...

Miró el reloj y se dio cuenta de que era ya muy tarde. Últimamente, su tarea le absorbía hasta el punto de desordenar sus necesidades vitales. Quisiera o no, tendría que dormir. Estaba agotado y, al mismo tiempo, decepcionado. No quería acostarse con el mal sabor de boca que le habían proporcionado los últimos resultados. En cualquier caso, no era su elección. Sus ojos, lentamente, se iban cerrando hasta quedar completamente pegados a sus párpados. Sin que pudiera evitarlo, el cansancio le venció y el sueño acudió a nublar su mente.

*

En algún sitio que no podría definirse como lugar, el Creador contemplaba pensativo la colosal obra del Universo. Aquel logro le complacía enormemente. Cuántas veces había intentado obtener algo de una riqueza, variedad y estabilidad semejante, era algo que no podía recordar.

Acababa de observar a un hombre que manejaba una ingeniosa máquina. Había definido unas instrucciones que ésta tenía que seguir. Aquel hombre no conocía el resultado final que la máquina produciría, pero había sido capaz de poner en marcha el proceso. Observaba las evoluciones que se creaban a partir de las reglas iniciales. Dentro de la máquina cobraba vida una realidad propia. La simulación era capaz de producir unas estructuras con propiedades que aquel hombre, su creador, nunca hubiera podido imaginar.

Igual que Él.

Innumerables veces el Creador había variado los parámetros, las reglas de comportamiento del Todo, y había visto crecer las más variadas obras. Universos que duraban lo que dura un suspiro para después volver a contraerse en el infinito abismo de la nada. Otros que se dispersaban uniformemente con la regularidad más absoluta, aunque sin llegar a crear nada más complejo que una mota de polvo. Él sembraba la semilla original, la dejaba crecer y observaba. Probaba, variaba las reglas, volvía a probar, y así sucesivamente, en un juego infinito que trascendía todo tiempo imaginable. Tenía el poder de crear. Pero nunca sabía lo que estaba por venir.

Sin embargo, el hombre, aquel diminuto ser fruto del eterno juego del Creador, estaba limitado por las reglas del tiempo. La posibilidad de que acertase con los parámetros para obtener lo que estaba buscando era tan remota que podría considerarse imposible. Aquel ser era una casualidad, un capricho de las reglas del Universo del que formaba parte. De manera inevitable, sería destruido por las mismas, habiendo supuesto su existencia un intervalo infinitesimal y apenas perceptible dentro de la grandísima obra. El Creador lo sabía. Sólo Él podía jugar a su juego, pues sólo Él estaba fuera del tiempo.

*

Despertó en mitad de la noche, envuelto en un agobiante calor que casi lo asfixiaba. Una vez más, había tenido un extraño sueño que rozaba el límite de la pesadilla. Necesitaba relajarse. Salió al exterior y se quedó contemplando, pensativo, el cielo estrellado, aquel juego de innumerables luces sobre un eterno fondo negro. Estaba frustrado por sus limitaciones, por su incapacidad de llevar a cabo con éxito el experimento que se había propuesto. Pensó en el Creador del cielo que observaba, el Creador de la complejísima obra de todo lo que existía. No había duda: aquél que permanecía detrás de la obra, aquél que regía el comportamiento Universal, todo tenía que saberlo. Tenía que conocer todo lo que sucedía en cada momento, todo lo que había sucedido y todo lo que sucedería en cualquier tiempo indefinido. Sabría cuál iba a ser el siguiente átomo que se fusionaría en el abrasador núcleo de una remota estrella, cómo se movería una pequeña hoja entre millones en un bosque de un planeta perdido, con el próximo soplo de viento, o cuál podría ser la primera criatura consciente que, a partir de ese momento, iba a observar un amanecer en su mundo. El Creador era, sin duda, Omnisciente.

Se sintió pequeño ante la inmensidad del mundo, mientras reflexionaba en silencio bajo la bóveda estrellada. Su mente era una nube de pensamientos y de preguntas sin fin. Pensaba en el movimiento de los astros. Sabía que su mundo se movía constantemente alrededor de una gran estrella. Creía conocer las leyes del movimiento. Creía conocer casi todo sobre cómo se comportaba el Universo. Pero quería saber más. Siempre un poco más… Vivía inmerso en aquel mundo y sus reglas. Sólo podía observarlas y aspirar a conocer el cómo. Nada más. Sin embargo, se planteaba sin cesar la última pregunta. Quería conocer el porqué.

Regresó a la casa con la idea de hacer un nuevo intento. Quizá aquella vez tuviera más suerte. Quizá obtuviera alguna respuesta. Aunque él fuese limitado, su esperanza era inmensa. Una esperanza que le hacía creer que incluso lo más difícil era posible. Siguió probando, una y otra vez, hasta perder la noción del tiempo. Siguió intentándolo hasta que sus fuerzas lo abandonaron y, poco a poco, sintió cómo desfallecía.

*

El Creador conocía las preguntas de aquel hombre. No sabía cómo iba a ser la evolución de los Universos que iniciaba, ni podía influir en su comportamiento una vez creado, pero podía percibir cada punto de ellos. Podía observar y sentir a todos los seres. Pensó sobre el porqué de las reglas, aquellas con las que Él jugaba, aquellas que había estado variando sin cesar desde que había creado por primera vez. Aquel diminuto ser quería saberlo. Aquel hombre quería saber algo que no sólo no tendría nunca la posibilidad de conocer, sino que ni siquiera Él mismo, el Creador, sabía. En aquel momento, si hubiera podido reírse, si su risa hubiera podido sonar dentro de las paredes del grandioso Universo, todos la habrían oído, grave, ronca e incesante como un eco eterno.

Hormigas y dioses - El juego de Dios

6 comentarios:

jofemodo dijo...

Querido amigo ...

Su visión de la situación me parece bastante atinada.
De hecho, la sabiduría antigua y popular hace mucho tiempo que se percató de esta singular situación en la que existimos ...
En África Occidental, por ejemplo:

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Oloddumare es en la Religión Yoruba el Dios único, supremo, omnipotente y creador de todo lo que existe. Su nombre proviene del Yorùbá Olòdúmàré, lo cual significa (Señor al que va nuestro eterno destino). Olodumare es la manifestación material y espiritual de todo lo existente. No está en contacto directo con lo hombres, sino a través de su otra forma, Olorún (directamente) u Olofin (indirectamente). No se asienta, no se le ofrenda, ni posee collares.

Por su mandato Olofin su hijo vino a crear El Planeta Tierra y todo lo que el contiene, se valio de sus poderes para crear los Administradores o Jerarcas de la naturaleza, conocidos como los Orishas.

Los Yorubas no tienen estatuas ni altares para representar al Dios Olodumare. Consideran a Olodumare el Ser Supremo Omnipotente y Primordial, autor de los destinos de cada cosa viviente, padre de todos los Orishas y de la vida. Todos podemos experimentar la presencia de Dios de una forma diferente, es por ello que no tiene emblemas ni señales para representarlo.
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Como se desprende de sus creencias, estos pueblos antiguos africanos, en contacto directo con la naturaleza, ya se dieron cuenta de que aunque existiera un creador supremo, este trascendía al entendimiento humano.
Este creador creo las "fuerzas" o "potencias" (como ellos las llaman) de la naturaleza. A lo mas que puede aspirar el hombre, como fruto de estas fuerzas, es a entenderlas como tales, pero en ningún caso puede el hombre entender al Creador.
En el mejor de los casos, puede "sentir" su existencia a traves de la experiencia mística ... ;-)

Iban dijo...

Gracias por tu comentario. Ya no sé si mis personajes cobran vida o es que siempre han existido. Disculpa por el estado del blog, es como una casa en obras, pero esto me da motivación para dejarlo terminado... ¡muy pronto!

jofemodo dijo...

Querido amigo,

Sin duda, los personajes que ud. cree crear, siempre han existido.
Ud. solo es un transcriptor, una radio sintonizada con el mundo de las ideas a través de la que hablan los personajes de sus historias ;-)
Por supuesto, y hoy mas que nunca, dichos personajes tienen otros medios a través de los cuales manifestarse...

Franz Matheis dijo...

Por lo que escribes parece que las reglas se establecen al principio y luego se deja que el sistema se desarrolle.

Pero, ¿Qué nos hace pensar que las leyes que rigen todo se establecieron al principio y no han sido modificadas?

Igual estas leyes también van evolucionando con el cosmos y el creador va ajustando su propia creación. Creo que esto sería mucho más sencillo y probable que dar justo con la clave inicialmente.

jofemodo dijo...

Sin duda lo que escribes parece muy razonable. De hecho,ya hace años los físicos barajan la posibilidad de que las constantes universales no hayan sido constantes a lo largo de la vida del Universo. Algún grupo ya ha realizado mediciones que indicarían que la constante de estructura fina tuvo un valor diferente en el pasado ...
Si lo que busca el creador es la formación de estructuras complejas, vida, inteligencia, ... parece que debería haber instalado un lazo de control de forma que ciertos parámetros del sistema "Universo" (nuestro "modelo standard" tiene 20 constantes externas, entre las que está la constante de estructura fina) se irían ajustando para optimizar este proceso de formación de estructuras complejas, vida, inteligencia, ...

http://articles.adsabs.harvard.edu/full/1999BAAA...43...57L
http://www.latinquasar.com/index.php?option=com_content&task=view&id=334&Itemid=2
http://es.wikipedia.org/wiki/Constante_de_estructura_fina

Iban dijo...

Gracias por vuestros comentarios, caballeros. Si he tardado en contestar ha sido porque estaba terminando la web. Ya está todo listo e integrado, y muy pronto comenzaré a publicar fragmentos de "El sueño de la existencia", además de nuevos textos y relatos.

El hecho de que las reglas puedan cambiar es una de las ideas más potentes de la filosofía, y uno de mis temas favoritos. Nuestro conocimiento del mundo está basado en el principio de uniformidad de la Naturaleza, en suponer que todo seguirá comportándose en el futuro de la misma manera en que lo hizo en el pasado. Pero la uniformidad de la Naturaleza no puede ser probada, es fruto de una inferencia inductiva, y hay siempre un factor de incertidumbre en todo proceso inductivo. Por muchas repeticiones de un suceso que haya habido en el pasado, nada nos puede asegurar que será de la misma manera en el futuro. Hume trató estos temas en sus obras. Sus ideas resultaron incómodas para muchos, pero permanece irrefutado.

Lo que describo en este relato es un posible escenario inspirado en el juego de la vida, un tipo de programas informáticos que crean estructuras complejas a partir de parámetros iniciales. Uno no sabe lo que va a ocurrir hasta que lo deja evolucionar. Me atrajo esa idea aplicada al Universo, y también la posibilidad de un creador que no fuese ominisciente. Pero no deja de ser una de las muchas posibilidades.